sábado, febrero 14, 2004

Día 14 del segundo mes. Anno Domini 2004.

“Privado voluntariamente de muchos de los lujos y placeres de la vida moderna, me encuentro mucho más a menudo de lo que acostumbraba frente a las páginas aún vacías de mi diario, repasando los últimos acontecimientos y queriendo grabar en sus anales, además de en mi mente, todo lo que me acontece en estos días extraños...

Últimamente me cuesta conciliar el sueño, y vago solitario de madrugada por las avenidas desiertas y las calles abandonadas, salpicadas de pequeños grupos de hongkoneses que se resisten a rendirse al cansancio. Esta ciudad es mucho más hermosa por la noche, cuando la suciedad de sus calles y sus edificios no es apreciable y los ojos se pierden en el espectáculo de luces multicolor que permanecen encendidas hasta la salida del sol. Cuando no consigo dormir, compro un tentempié en alguna de las tiendas que permanecen siempre abiertas y paseo a la deriva o me siento pensativo en algún parque, escuchando en la lejanía un violín desafinado que toca otro alma perdida o acompañando mi soledad con mi guitarra...

Pero en este ínterin muchas cosas han sucedido y quiero escribirlas antes de que el tiempo y el olvido dejen su impronta en mis recuerdos, tal como las he vivido aquí y ahora. En mi última crónica narraba mi accidentado viaje a China, que interrumpí precipitadamente para volver a Hong Kong a tiempo de recoger a mi dama a su llegada a puerto. Me cuesta hablar de ello ahora que ya no estamos juntos sin embargo prefiero recordar, aunque duela, a olvidar...

Pasamos una semana ajetreada en Hong Kong. Yo estaba ocupado en mi trabajo de documentación en la Oficina Comercial, pero maese Robert, mi compañero de piso y un autóctono del lugar, hizo de guía y llevó a Inma a todos los recovecos del lugar, de modo que ahora ella conoce muchos rincones de la ciudad que son todavía un misterio para mí. De todos modos, recorrimos juntos la urbe cada noche, y mi dama no dejaba de maravillarse ante este escaparate de lujo y contrastes que supone la ciudad.

Aprovechando su visita, conseguí dos billetes para Bangkok para el fin de semana, y solicité a mi jefe un día de mis escasas vacaciones para poder ver la ciudad con más tranquilidad. Este viaje en compañía de Inma fue también una experiencia inolvidable.

Partimos un viernes por la tarde y arribamos a destino con la caída de la noche. Nos alojamos en un lujoso hotel y después de cambiarnos y adecuar nuestra vestimenta al calor húmedo y sofocante del ambiente, salimos a dar una vuelta y a catar el bullicio de las calles tailandesas.

Bangkok es un sitio increíble. En realidad sólo los extranjeros lo llaman así, ya que en la cultura Thai se considera un honor otorgar nombres largos, y aunque pocos de sus habitantes recuerdan su apelativo original más allá de “La ciudad de los ángeles”, el rey Rama I, fundador de la ciudad hace más de dos centurias y poseedor de un nombre aún más largo en su ascenso al trono, la bautizó como “Krungthepmahanakornamornratanakosinmahintarayutthayamahadilokphopnop paratrajathaniburiromudomrajaniwesmahasatharnamornphimarnavatarnsathitsakkattiyavisa nukamprasit”, que se traduce como “La gran ciudad de los ángeles, la suprema tierra inconquistable de la gran divinidad inmortal, la capital real de las nueve nobles gemas, la ciudad agradable llena de grandes palacios reales y paraísos divinos para la deidad reencarnada, otorgada por Indra y creada por el dios de las artes”... y debo decir que no hace de menos a tal descripción.

Hacía muchísimo calor, incluso de noche, y las calles estaban plagadas de turistas y habitantes locales mezclados en una marabunta de gente. El hotel estaba en la zona más nueva de la ciudad y los sentidos se perdían en el aire viciado y maloliente, resultado de las basuras en putrefacción, el sudor humano y los puestos ambulantes que ofrecían saltamontes y cucarachas fritas. Resultaba un poco triste ver orondos alemanes chorreando sudor de la mano de bellas y seguro que ya no tan inocentes jóvenes tailandesas... y sin embargo, y a pesar de esta cruda descripción, el conjunto no resultaba desagradable. La espontaneidad de la ciudad, aún en su brutalidad...su simplicidad y su ritmo de vida salvaje resultaban algo natural. Esa noche disfrutamos de un par de antros locales en los que se apelotonaban los extranjeros y volvimos hasta el hotel dando un agradable paseo.

Pasamos tres días en la ciudad de los ángeles. No puedo recordar con exactitud en qué invertimos el tiempo cada día. Tan sólo recuerdo la paz interior que me acompañó durante toda mi estancia allí. Utilizando diferentes medios de transporte, entre ellos los famosos Tuk-tuk locales, y teniendo que lidiar con los ladinos thais, visitamos el templo del buda esmeralda, el palacio real, el gigantesco buda yaciente... los más famosos y fastuosos monumentos de la ciudad, todos pintados en oro y ricamente trabajados, todos evocando algo más grande, más antiguo, más hermoso... desde los murales donde divinidades monstruosas o increíblemente bellas se enzarzaban indiscriminadamente en encarnizadas batallas o lujuriosas orgías hasta las innumerables estatuas de Budha en todas las posturas y en todos los momentos de su vida que adornaban cada esquina. Pero también nos perdimos en los templos menos visitados donde los monjes paseaban al sol y lavaban las túnicas naranjas, surcamos en barco los canales de agua sucia que recorren la ciudad, donde los lugareños se acercaban en sus barquitas a ofrecernos mercancías y donde incluso vimos un cocodrilo encadenado no lejos de donde los niños se bañaban y la gente limpiaba sus útiles de cocina. Paseamos por las calles donde demasiadas personas se hacinaban en casas demasiado diminutas...Y sin embargo, todos parecían felices, tranquilos, despreocupados más allá de tener para comer mañana. Todas las esquinas ofrecían maravillas y sorpresas al ojo atento y al viajero despistado. Cada momento del día ofrecía una visión única y diferente de los templos, de la gente, de la vida en Bangkok, y ya fuera al amanecer, al mediodía o con la puesta del sol, era éste un espectáculo que reconfortaba el alma.
Compramos multitud de ropa de estilo local y souvenirs, entre ellos la guitarra que me acompaña ahora. Disfrutamos de las picantes especialidades de la gastronomía tailandesa, de la pulpa y el refrescante zumo de los cocos verdes recién abiertos, de la simpatía y la picardía de sus habitantes y, en resumen, de una ciudad diferente, espiritual y maravillosamente sorprendente.
El lunes por la tarde abandonamos Tailandia para volver a Hong Kong, donde Inma permaneció hasta el domingo siguiente. Visitamos las islas circundantes y planeamos incluso un viaje a Macao, que hubo de cancelarse finalmente por motivos burocráticos. Pasamos una semana preciosa juntos, disfrutando de las exóticas noches asiáticas y del glamour hongkonés. Y el tiempo, que a veces parece eterno, corrió deprisa hasta la separación. Acompañé a Inma hasta su embarcación en la noche del Domingo y esperé con ella junto a la pasarela hasta que partió de vuelta a Kazahkstán.

Su nave se alejó de Hong Kong llevándosela lejos, dejando tras de sí una nube de recuerdos, de momentos inolvidables, de palabras entredichas, de promesas rotas...tantas cosas...Inma es una parte muy importante de mi vida, una parte que me acompañará siempre. No puedo plasmar aquí todo lo que representa. Todo lo que aprendimos, lo que crecimos, lo que vivimos y compartimos... todos los momentos, las alegrías y las tristezas... es una chica maravillosa y fue la primera en tantas cosas para mí... y aunque siento que aún no ha llegado el final del viaje, no puedo menos que despedirme con un sentimiento agridulce, contradictorio, de incertidumbre e indecisión, de liberación y amargura, de asunto inacabado... No sé qué nos depara el futuro a cada uno, ni si nuestros erráticos caminos volverán a encontrarse. Apenas ha pasado un mes desde que se fue, y aunque los sucesos acaecidos desde entonces puedan hacer pensar otra cosa, su recuerdo me acompaña a menudo y la echo mucho de menos... pero eso es otra historia y deberá esperar a otro día para ser contada. En ese momento, dejaba atrás algo muy querido para mí porque tenía que levar anclas, proseguir mi viaje, seguir navegando, aunque sin rumbo fijo...

Como viene siendo habitual desde que comencé a relatar mis experiencias, finalizo este capítulo de mi vida con una pequeña reflexión... a veces me pregunto si algún día podré abandonar el timón... o si vagaré siempre como un holandés errante por los mares de la vida. ¿Pero no es acaso el viaje la mayor aventura? ¿Qué nos queda una vez varamos el barco? ... Miro al cielo, pero las estrellas no pueden responderme, ahogadas en las luces de la ciudad... y sin embargo esa misma claridad hace la noche más vacía... “

Capitán de goleta Augustus Lucero