miércoles, julio 28, 2004

Lunes 28 de Julio del año de nuestro señor 2004

“ ... Lunes por la mañana. Miro aburrido por la ventana y suspiro largamente calculando el tiempo que falta para la hora de salida. Cumplidas las principales tareas de mi trabajo, saco la pluma y el tintero y me siento a escribir. Una vez más me enfrento a las páginas vacías de mi diario, pendientes aún de relatar mayores aventuras, pero queriendo hacer un inciso para recoger las memorias del fin de semana, que, aunque lo pasé varado en tierra, fue digno de recordar.

El Viernes, después de abandonar la oficina, me junté con mis compañeros Gonzalo y Raquel, que ya me han acompañado en anteriores ocasiones en estas páginas, para dirigirnos hacia Kowloon, en Tsim Sha Tsui. Una vez allí y después de llegar tarde como la tradición española impone, nos reunimos con Angel, una simpática china amiga de Gonzalo. Nos había citado en un local turco donde exóticas bailarinas debían representar la danza del vientre y se encontraba sentada en una mesa con bastantes amigos de diferentes nacionalidades con los que pronto trabamos amistad y con los que debatimos en animada camaradería. Lamentablemente, y como no puede ser de otro modo, la comunidad española estaba representada en gran número en el local, pero mantuvimos la distancia intentando ampliar nuestro círculo de amistades...

Por otro lado, debo confesar que, si bien no me disgustó, la representación no fue excesivamente glamourosa. Lo que de sensual y pasional tenía la segunda bailarina, lo tenía la anterior de habilidosa y tradicional, careciendo ambas de cualidades básicas en la ejecución de la anunciada danza. Así, la primera con sus sinuosas evoluciones me recordó mis tiempos mozos a bordo de un ballenero noruego, mientras que la posterior hizo subir la temperatura del local con un bello cuerpo que balanceaba con movimientos extremadamente descarados pero que poca relación tenían con la danza del vientre al margen de su provocativa indumentaria.

De todos modos, la velada fue divertida y acabamos compartiendo un narguile con los oficiales de comercio Fernando y Jose, el mercante sevillano, para después rematar la noche bailando en un tugurio lleno de extranjeros.

La mañana del sábado fue dura y llegué tarde a mis estudios de japonés. Mi visión borrosa y las extrañas letras orientales representaron todo un desafío para mi intelecto, de modo que cuando llegué a mi casa hacia mediodía caí en la cama en un profundo sueño que duró hasta bien entrada la tarde. Me desperté para cenar con la dama Raquel, y luego nos dedicamos a envolver los regalos para el cumpleaños del caballero Rafael, que celebraba con tal motivo una fiesta en su casa esa noche.

Si la mañana había sido dura, la noche lo fue aún más. El alcohol y las hierbas aromáticas nos acompañaron durante toda la velada, en un espacio a todas luces demasiado pequeño para el gentío que allí se acumulaba. Fue una celebración animada, digna de una reunión de oficiales de barco, que compartí con tantos compañeros...

Aunque eché de menos a la dama Silvia, que este fin de semana se encontraba atareada en ciertos asuntos que venían preocupándole ya un tiempo y que se recluyó en su casa de donde no puede rescatarla, conté con muchos otros amigos... con Raquel, con Gonzalo, con Rafa, con Alberto, con Pablito, como no puedo dejar de llamarle cariñosamente... y tantos otros. Incluso con Paco, aunque hubo de abandonar la fiesta precipitada y anticipadamente después de participar en el “Shot Contest”. Yo también tomé parte, pero decidí retirarme después de dos vasos de vodka y antes de dejar al “Comandante” Martín, con la cara inflada por efecto del alcohol como si hubiera sido atacado por un panal de avispas, y al generalísimo Paco, honrando los galones, debatiendo quién era el campeón. En fin, creo que España dejó el pabellón bien alto y, aunque los primeros tragos entraron muy bien, el último debía estar en mal estado porque le sentó al oficial como un cañonazo en la baja ingle. Después de recomponerse y adecentarse un poco, acompañe a mi amigo a la calle donde busqué un transporte que dejara al triunfador en su casa para caer rendido sobre las sábanas y dormir hasta tarde el día siguiente.

<>De cualquier modo, hay que reseñar que en la fiesta hubo más de un triunfador. Particularmente, el caballero Jose secuestró a una dama china con sus modales zalameros y la encerró en una de las habitaciones de la casa, de donde no la dejó salir hasta haberle mostrado la colección de sellos completa que Rafa guardaba en ella. Al menos, creo que esa fue la excusa, nada original, por cierto, que el sevillano empleó para justificar su bochornosa conducta.

<>La noche pasó pues rápidamente, debidamente regada y aromatizada, departiendo con franceses, vietnamitas, filipinos y demás amigos de todas las nacionalidades. Me repartí solemnemente con Pablo los placeres de la noche, dejándome él a mí las hierbas mágicas para dedicarse enteramente a las damas de la fiesta, que yo le cedí encantado, y se pusó presto a la tarea, enardecido por la cerveza que trasegaba sin parar.

El único detalle que nubló un poco la noche fue la dama catalana que trabaja conmigo en la oficina comercial. No le dedicaré aquí más de un par de líneas porque creo que no merece la pena, pero sus siempre interesadas apariciones y atenciones me hicieron contener un juramento en más de una ocasión, y si no fuera por el protocolo, por la paz mundial y porque, al margen de que muchos detalles lo desmientan, se le supone una señorita, es posible que la noche hubiera acabado en trifulca, pero preferí disfrutar del ambiente y permitir que Pablo diera buena cuenta de las botellas de cerveza en lugar de estrellarlas en la cabeza de la susodicha, como me vi tentado de hacer en algún momento.

Por último, debo reseñar que el tono de la fiesta fue bastante subido y el amor (tal vez sea una descripción demasiado romántica de lo sucedido en aquella noche, pero no puedo evitar una pequeña licencia literaria), en sus múltiples facetas campó a sus anchas por Hong Kong, siendo los españoles los principales protagonistas de la noche. Yo mismo debo confesar, a pesar de haber ido acompañado, haber sido objeto de atenciones y piropos, por otra parte ni solicitados ni deseados. Y si entramos en confesiones, debo decir que no me sentí del todo cómodo en tal situación, puesto que mi pretendiente era un artista con más pluma que un pollo, mitad italiano, mitad argentino, de nombre Martino. El hombre era simpático, he de admitir, pero me vi obligado a declinar sus amables ofrecimientos con una forzada sonrisa.

En fin, y así, entre risas y más, llegó la hora de abandonar la fiesta, una celebración como no se había visto en mucho tiempo. Yo me retiré a descansar después de acompañar a la dama Raquel a casa, pero otros continuaron la velada en algunos antros de la noche hongkonesa, donde, amparados por la oscuridad, se dedicaron a la caza de presas fáciles, pues es bien sabido que a esas horas los animales están perdidos y extenuados, y si no se es muy quisquilloso, mucho se tienen que torcer las cosas para volver con las manos vacías...

El Domingo por último fue más relajado. Me desperté tarde y el día estaba lluvioso y gris, invitando al refugio y al descanso. Pasé la tarde con mis amigos chinos, quedé para cenar con la señorita raquel y fui temprano a la cama, agotado tras el intenso fin de semana.

El tiempo sigue pasando con rapidez. Casi parece que fue ayer cuando arribaba a las costas de Asia y sin embargo ya han pasado cinco meses... y ya está fechado para dentro de dos semanas mi primer viaje a Japón, donde he de reunirme con el capitán de navío Iñigo. ¡No puedo esperar a volver a pisar suelo nipón! Pero eso será otra aventura que será narrada en otra ocasión. Hasta entonces, tan sólo espero que los vientos nos sean propicios y vengan cargados de buenos presagios.”

Capitán de goleta Augustus Lucero