No entiendo cómo, pero empiezo a echar de menos la rutina que tanto me agobiaba en
España. El tener un horario y tiempo para no hacer nada, las tardes de Domingo...
Llevo más de un mes con visitas, inquilinos, cenas, fiestas, fines de semana en China y ni un sólo momento para descansar. Las dos últimas semanas han sido especialmente exigentes con
Odincito (color de cerdi)
y Alepote (que sí, Alex, que tú eres un siniestro y no admites otra cosa que no sea el negro :)... Lo echaba mucho de menos. Saludar a la mañana en la azotea con el canto de los pájaros respondiéndote tiene algo de místico aunque luego tengas que levantarte dos horas después para ir a trabajar (eso yo, porque
Odín y
Alex eran de la opinión de que, visto un budha, aunque sea en miniatura, vistos todos, aunque midan 25 metros de altura y, supongo que haciendo un homenaje a los ausentes, dormían como alegres
marmotillas :)
Me sabe mal pero creo que no se han llevado demasiado buen recuerdo de
China: se han quedado con la polución, los olores, los escupitajos, los timos a los turistas y los paseos por
Beijing pasados por agua... aunque afortunadamente eso no ha impedido que sonrieran siempre, pero no a lo chino, con esas sonrisa de "no te entiendo pero no me atrevo a decírtelo", sino con esas otras que tanto echaba de menos... voy a parar antes de que empiecen a gritarme "
¡elfo maricón!", aunque supongo que ya es demasiado tarde para eso ^____^
El primer fin de semana lo pasamos en
Yangshuo, donde nuestras hazañas en el
7th Heaven fueron celebradas en extremo por las camareras y donde recorrimos en bicicleta caminos bucólicos y huimos del calor sofocante bañándonos desnudos en las aguas del río del Dragón como
Huckleberry Finn. Después yo tuve que volver a mi trabajo, a
Hong Kong, aunque ahora que mi jefe está de vacaciones, la palabra trabajo resulta muy exagerada... ahora mismo se está desarrollando ante mis atónitos ojos una trepidante partida de
BlackJack on-line entre tres de los becarios... Así que marcharon solos a
Beijing (pekín) donde sobrevivieron hasta nuestro reencuentro el fin de semana. Pato laqueado e increíble fiesta Rave en la
Gran Muralla para intentar lavar mínimamente la imagen de
China, aunque me parece que se quedan con
lamma... y a la vuelta noches de charla, risas,
Munchkin, el humo y el zumo de los dioses y tantos y tantos recuerdos...
Ha sido demasiado corto, como todo lo bueno, pero ¡me alegro de que se hayan animado a venir tan lejos y espero que les cobraran sobrepeso de buenos recuerdos! En breve, reencuentro en
Madrid a mi regreso a
Hispania... además, me han dejado en inmejorable compañía... pero eso es otra historia, y será contada (no por
Ende, sino por mí :) en otra ocasión... hasta entonces me despido hoy con el cuento que he escrito para el taller de literatura, inspirado en nuestras noches de desvaríos y surrealismo... "
Ever est" ^____^
Everest. El monte más alto del mundo, como su propio nombre indica,
"Ever est". O al menos lo era hasta ayer.
Ha dado comienzo la competición por el punto más elevado del planeta y
el caos reina por encima de cirros, cirroestratos y cirrocúmulos.
Tíbet, Pakistán y China se disputan el primer puesto en una actividad
frenética, cada uno con un estilo propio.
Los chinos son los más divertidos. Visten todos gastados uniformes de
color rojo y botas negras y cada compañía va precedida de un oficial
con un megáfono y una pancarta gigante alabando las bondades del
régimen. "Wèi rénmín fu wu" grita mientras sacude el cartel en el que
un chino gordo y feo sonríe mostrando una horrenda verruga. Y todos lo
repiten a coro. ¡Joder! Si es que el régimen tiene que ser cojonudo,
porque todos los que van detrás son la mar de delgaditos. Pero la
verdad es que no trabajan demasiado bien. Cuando pueden se escaquean y
se cobijan del frío y el viento y se ponen a fumar opio en algún
escondrijo entre las rocas, y el resultado final es un edificio feo y
cuadrado a medio construir que se viene abajo a la primera fricción de
placas tectónicas. ¡catapúm! Y mientras corren huyendo del derrumbe,
gritan todos "Wei renmin fu wu". Que sí, que correr también viene bien
para el régimen.
Los indios en cambio han construido un templo precioso, pero no hace
falta esperar a un terremoto para que se venga abajo. Han puesto en la
fachada tantos dioses que empiezan a pelearse unos con otros antes de
acabarlo. ¡Pero a quién se le ocurre poner a Indra con Vishnú y con
Brahma tan cerquita! Peor aún, porque Indra va montado en Erawan, el
elefante de treinta y tres cabezas, y cada cabeza tiene siete cuernos
de marfil de dieciseis millones de metros de largo cada uno y...
¡Catacroc!
En Tíbet, los monjes están decididos a ganar, porque quieren estar más
cerca de los dioses. Un bodhishattva grita "¡vosotros sois dioses!" y,
budha ya, se extingue con un suspiro, pero nadie le escucha porque
suena mucho más emocinante el plan del gurú Sambhava. Suben todos a la
cima del Dhaulagiri y, después de entrar en trance, forman una columna
gigante de un sólo hombre de anchura, poniendo los piés sobre la
cabeza del monje inferior. Suman cien monjes en equilibrio, cuando un
viento huracanado les dispersa como una exhibición de cometas
naranjas.
En el Chogori, "la gran montaña", más conocido como el K2, un enano
deforme vestido con un gorro rojo se sube a un taburete y reclama el
premio, pero apenas suma un metro y medio y se le ha olvidado rellenar
el formulario de inscripción. Hoy se congela y mañana lo confundirán
con un gnomo de jardín.
Y sigue siendo el Everest, en la frontera de la nada, sin pertenecer a
hombre o nación alguna, el monte más alto del mundo, como su propio
nombre indica, "Ever est"