jueves, septiembre 21, 2006

Tibet (II), Ocupación

Sé que llevaba tiempo sin actualizar la página, pero no encontraba la motivación para escribir. Últimamente mi vida no ha estado plagada de aventuras y sigo un poco a la espera de tomar una decisión de lo que quiero hacer en un futuro cercano. De momento, la única novedad reseñable es mi trabajo de guía de viajes que me llevará en breve a Galizia, Almería y Cantabria, así que os dejo con una entrada del cuaderno de bitácora del capitán Augustus: Tíbet, Ocupación


Paisajes alrededor de Lhasa


Día veinticinco del mes de Maio del año de nuestro señor 2006

"Después de abandonar Japón y tras unos días de necesario reposo y preparación en Hong Kong, emprendí por fin el viaje que tantas veces había soñado. En compañía de Yann, tomamos el ferrocarril en un largo trayecto que nos dejó en Chengdu y tras ultimar el papeleo para lidiar con la enrevesada burocracia china, tomamos un transporte hacia Lhasa. Los misterios del Tíbet nos aguardaban.

El camino a la capital del techo del mundo era impresionante. La vista de sus llanuras combinada con el efecto de la altitud me dejó sin respiración. A pesar del mal recuerdo que me llevé del Tíbet, sus paisajes nunca dejaron de sorprenderme. China ha estropeado sus ciudades, ha asfixiado a sus habitantes, ha suprimido su religión... pero todavía no ha conseguido acabar con la grandeza de su naturaleza. Aunque hace tiempo que abandoné mis creencias en un Dios omnisciente, omnipresente y omnipotente, durante la semana que pasé en el Tíbet, me descubrí a menudo admirando la perfección del universo y preguntándome por los secretos de la existencia.

Lhasa, “el lugar de los dioses”, y coronándola, el Potala, el palacio de invierno del Dalai Lama, ahora en el exilio. Allí solía meditar el rey Songtsen Gampo, y en ese mismo lugar construyó el primer palacio en el año 637 de nuestra era para recibir a su prometida, la princesa Wencheng de la dinastía Tang. Como todos los monasterios, está separado en las estructuras de pared blanca, Potrang Karpo, dedicados a la oración y el estudio, y roja, Potrang Marpo, antigua residencia del Dalai Lama. Y sin embargo, el potala es ahora una concha vacía. Un almacén de tumbas fastuosas y textos religiosos que nadie lee. Antes, el palacio se erguía solitario y majestuoso en medio de una explanada vacía y la ciudad se repartía en torno al templo principal. Hoy, la arquitectura civil china, de estilo comunista, práctico, feo, eficiente, asfixia el palacio entre tiendas de ropa moderna y relojes. Sólo en las kora, los circuitos de peregrinaje que rodean el templo y el palacio y en la zona antigua de la ciudad que rodea el templo original, el Jokhang, se puede intuir como sería Lhasa antes de la ocupación. Allí se reúnen los peregrinos, los penitentes y los mendigos. Ahora, en las calles hay más chinos que tibetanos, el renmimbi, la moneda china, “el dinero del pueblo”, es la preocupación fundamental y el espíritu empresarial chino ha desplazado la religión. Veía todo esto con ojos tristes y paso cansado. ¿Dónde estaba la espiritualidad que reinaba en este país de misterio y ensueño?

Pasamos en Lhasa dos días y partimos rumbo a Shigatse. Como el equipaje era grande, fue necesario colocarlo en el techo del transporte, junto a sacos de grano y otras maletas del resto del pasaje. El mayor problema era la comunicación, incluso con el mandarín fluido de Yann, pero los tibetanos son un pueblo proverbialmente amable y curioso y el hecho de que fuéramos los únicos caucasianos del autobús atrajo en seguida la simpática atención de nuestros vecinos de asiento. En ausencia del lenguaje, la mímica, el dibujo y los libros pueden proporcionar una muy buena fuente de comunicación y el trayecto, de unas cuatro horas, pasó volando entre impresionantes paisajes. Lo que más me impactó fue la emoción que demostraban los tibetanos a la vista de imágenes del Dalai Lama, presentes en nuestros libros de viaje y prohibidas en el Tíbet.

Shigatse era muy parecido a Lhasa. En todos los aspectos. En este caso el monasterio de Tashi Lunpo alberga la residencia del falso Panchen Lama, la principal figura religiosa del Tibet en ausencia del Dalai Lama y títere de Beijing. El auténtico es un prisionero político, raptado con 6 años y mantenido durante más de nueve años en cautividad en paradero desconocido. Por lo menos, la vida religiosa del monasterio era bastante más activa que en Lhasa y ver a los monjes en oración dejó en mí una sensación de calma y recogimiento.

Lo que más nítidamente recuerdo de la ciudad es la kora, el circuito de peregrinaje que rodea el monasterio. Recuerdo las ruedas mani que giraban empujadas por mí y por los peregrinos tibetanos. Cada giro equivale a recitar en voz alta el mantra de Chenrezid, el Budha de la compasión y deidad protectora del Tíbet, “Ohm mani peme hung” (la variedad tibetana del sánscrito “Ohm mani padme hum”), y cumple con un doble propósito: los fieles acumulan mérito para acercarse al nirvana y obtener una mejor posición en su reencarnación y el templo queda imbuído de la energía que emana de las ruedas en eterno movimiento. Recuerdo gente que no tenía nada compartiendo conmigo frutos secos y caramelos. Y me pregunto cuándo dejamos de saber qué es lo importante. Miro al infinito y veo al Tíbet herido de muerte, un coloso devordado desde dentro por virulentos parásitos...

Desde Shigatse, tomamos otro transporte hasta Gyantse, donde el pueblo se organiza en torno a una fortaleza Dzong en lo alto de un escarpado promonotorio. Visitamos el templo y la kora y al día siguiente escalamos una de las montañas circundantes para tener una visión panorámica del paisaje y una tormenta de nieve y lluvia nos alcanzó en el camino. Cuando regresamos a la posada china donde nos alojábamos, el mal de altura combinado con las condiciones nos sumió en unas fiebres que nos dejaron agotados. Acostado en la cama, contemplando febril las sombras del techo, tomé una decisión. El Tíbet, XiZang, "el tesoro de occidente", se me antojaba una manzana podrida y mi desilusión crecía día a día. No era feliz y necesitaba aire, libertad, soledad... y aventura.

Así que una semana despues de alcanzar el techo del mundo opté por abandonarlo. Me despedí de Yann que continuó su camino de vuelta a Hong Kong y volví a Shigatse para tomar el camino hacia Nepal. La mal llamada carretera de la amistad me esperaba. Solo en medio de vastas llanuras ferreamente controladas por los soldados del partido, el destino me alió con otros dos trotamundos, Jun, ciudadano del imperio del sol naciente y Mark, irlandés, que compartían mi objetivo y juntos, tres desconocidos en el infinito de la nada, nos conjuramos para llevar a cabo una difícil empresa: debíamos, por nuestros propios medios, huir de Tíbet y alcanzar Kathmandu en menos de dos jornadas para llegar a tiempo para celebrar el cumpleaños de Mark en Nepal... "

Capitán de Goleta Augustus Lucero