domingo, enero 25, 2004

Día vigésimo quinto del primer mes. Anno Domini 2004.

Cuaderno de bitácora. Día 14 del segundo mes. Anno Domini 2004.

"... Estoy de vuelta. Han pasado tan sólo tres días desde que mi pluma mojó las páginas de mi diario, pero si medimos el tiempo no por el paso de los minutos y las horas, sino por las experiencias vividas, como el budismo predica, igualmente podrían haber sido tres años.

De nuevo en la urbe, inclinado sobre las páginas de mi cuaderno, el bullicio de las atestadas calles inunda mi habitación. Mis ojos me devuelven el reflejo de mi figura en el cristal, distorsionado por las luces de vivos colores de los comercios hongkonitas, aunque las imágenes que pasan una y otra vez frente a mí son los paisajes de Guilin mientras mi mente repasa los últimos acontecimientos...

Aprovechando las festividades del año nuevo chino, embarqué para el continente el día vigésimo primero del mes al atardecer, junto con otros miembros de los diferentes enclaves comerciales que Hispania mantiene en Hong Kong, con todas las gestiones pertinentes debidamente cumplimentadas: el visado en regla, los billetes listos y moneda china en el bolsillo, aunque esto último no es totalmente correcto, puesto que los chinos no conocen la moneda, y utilizan sólo billetes de diferente tamaño y color para el comercio.

El trayecto fue tranquilo y agradable, especialmente comparado con el infierno que supuso el viaje desde Hispania, que comencé enfermo y finalicé aún más indispuesto, y llegamos a nuestro destino en la noche del mismo día: Guilin, en el sur de china. Allí fuimos recogidos por los dueños de la posada en la que habríamos de alojarnos, que nos transportaron en un animado carromato a la localidad donde pernoctaríamos: Yangshuo, en “La posada feliz”.

Aunque era tarde, salimos a dar una vuelta por las calles del lugar y no pude dejar de sentirme encantado. El ambiente era auténtico y calmado, más aún en contraste con Hong Kong, mucho más. La noche era realmente fría, pues en Guilin el clima es mucho más árido, pero se adivinaba la sombra de las montañas en la oscuridad y el aire se respiraba limpio. Mi cuerpo y mi mente agradecían la presencia de la naturaleza en su estado más salvaje después de unas semanas en la ciudad.

Encontramos mesa en una curiosa taberna que hacía también las veces de biblioteca y probamos el vino del lugar, alegre y peleón. Quisimos catar también las especialidades del local, pero la serpiente había de ser encargada con antelación porque tenían que cazarla. Finalizada la comida, por cierto excelente, acabamos la noche en una taberna de mala muerte llena de extranjeros, el único antro que abría hasta tan tarde. Yo propuse levantarnos temprano para aprovechar el día, pero fui vetado por unanimidad. Un buen capitán debe saber hasta donde puede forzar a su tripulación sin provocar un motín, así que después de un trago rápido busqué refugio en las sábanas y me abandoné al sueño.


El día amaneció ruidoso. Me levanté tarde y salí a la calle para encontrarme con un mundo de color rojo, pues tal es la tradición en el primer día del año chino. También hay que recordar no lavarse ni cortarse el pelo en este día si no queremos perder la suerte. Aquí y allí, grupos de lugareños disfrazados de coloridos leones y dragones realizaban curiosas danzas frente a los comercios para traerles buena fortuna. El año del mono... según el horóscopo chino, no se trata de un buen año, pero después de las desgracias sufridas en el pasado, especialmente las epidemias que asolaron el país, todo el mundo espera el futuro con ilusión y esperanza...

Con la luz del día pude ver también en el corazón mismo de la pequeña aldea las montañas típicas de la zona, elevaciones rocosas cubiertas de vegetación que no llegan más allá de los cien o doscientos pies, pero que resultan realmente hermosas.

Cuando todos mis compañeros acabaron de despertarse y desayunarse, alquilamos unos velocípedos y salimos a pasear por la zona en busca de un lago cercano. Los paisajes de Yangshuo, amplios y punteados de montañas, relajaron nuestro ánimo. Sus chiquillos corrieron a nuestro lado con las sonrisas alegres y los petardos ruidosos del año nuevo, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando vi como los locales salían a saludarnos a nuestro paso, sorprendidos por la rara presencia de hombres blancos. La carretera nos llevó junto a un puente que cruzaba un río de aguas cristalinas, que a su vez recorría campos y montes hasta perderse en el cielo. A pesar del frío, el agua tenía un aspecto realmente apetecible, y Jose, un comerciante sevillano de ánimo campechano, aprendió que no es bueno buscarle las cosquillas a un marino vasco y entre risas y algún grito acabamos los dos bañándonos semidesnudos en las aguas congeladas de un río perdido.

Una vez secos, aunque carentes de ropa interior, reemprendimos camino y guiados por un mapa poco fiable no tardamos en perdernos y el grupo quedó separado. Buscando a nuestros desaparecidos compañeros o en su defecto el lago donde debíamos reunirnos, yo intenté comunicarme con los habitantes locales dibujando ideogramas en el suelo con mi conocimiento básico del idioma nipón, pues el diálogo resultaba imposible. Preguntando a todos los lugareños que encontramos, tropezamos con “Cielo”, cuyo nombre chino aún no sé reproducir, que nos invitó a visitar su cercano pueblo natal.

Sin duda, esta fue la mejor experiencia de las que viví en china. Tras viajar por varias carreteras secundarias, Cielo nos llevó a su aldea, donde nos presentó a toda su familia, nos llevó a visitar las cuevas y las montañas cercanas y nos invitó a cenar a los cinco que allí estábamos: Las damas Raquel y Silvia y los caballeros Jose y Alberto, amén de mí mismo. La cena fue animada, copiosa y exquisita, en un romántico pueblo perdido de la mano de Dios. Disfrutamos de la hospitalidad sincera y desinteresada de Cielo y su familia y para despedirnos, su padre dibujó en un lienzo rojo los hermosos ideogramas que conforman las palabras “amistad entre España y China”. A pesar de que Cielo quería que nos quedáramos a dormir, yo estaba preocupado por la suerte de nuestros desaparecidos compañeros y me pareció abusar de su hospitalidad, así que de noche y armados tan sólo con un pequeño farol, recorrimos el camino de vuelta en la tranquila oscuridad de Yangshuo.

De nuevo en nuestra zona, encontramos a nuestros amigos, que habían tenido sus propias peripecias, calentándose en la misma posada de la noche anterior y después de cenar de nuevo, una vez más sin serpiente, nos retiramos a dormir, realmente cansados tras las aventuras del día.

Nos levantamos más temprano esta vez y tomamos un transporte hacia Xinping, una pequeña aldea situada en la ribera del río. El vehículo iba realmente atestado, incluyendo algunas gallinas que se despertaron a medio camino y amenazaron con escaparse de la cesta en la que iban metidas y sembrar el caos. Puede que fuera eso lo que hizo que mi vecina de delante se mareara y arrojara su desayuno (y yo creo que también parte de la cena, pues fue señalizando los bordes de la carretera durante un buen rato) por la ventanilla, para acto seguido limpiarse frugalmente con un pañuelo y volver a sentarse sin inmutarse.

Xinping era pintoresco cuando menos. Los niños chinos, a los que no tardamos en sumarnos, se dedicaban también aquí a celebrar el nuevo año con innumerables tracas y petardos de todos los tamaños y colores. Había puestos de todo tipo, desde artesanía local hasta rata frita y serpiente y ojos de no-se-qué-animal-sería...En la orilla se arracimaban cantidad de barcas, pero nuestro guía, que tardamos en encontrar, nos llevó por escondidos vericuetos hasta una pequeña embarcación ilegal anclada en una escondida cala que nos llevó río arriba entre paisajes de ensueño. El cielo azul, las montañas y el reflejo de todo en el agua, animado por las olas que nuestra embarcación creaba...los pescadores chinos en sus barquitas de bambú que utilizaban cormoranes amaestrados para conseguir sus presas... En fin, el único momento que rompió la calma del día fue cuando el capitán del navío se negó a remolcarnos hasta nuestro destino, un pequeño pueblecito un poco más arriba del río, alegando que había controles de las autoridades. Yo no estaba del todo de acuerdo así que tuvimos una acalorada discusión en la que ambos nos gritamos y gesticulamos sin comprender una sola palabra de lo que el otro decía. Si mis compañeros me hubieran apoyado, yo estaba dispuesto a tomar el control del barco, autorizado en mi condición de capitán, o, en su defecto, a desembarcar inmediatamente y buscar otra nave, pero finalmente triunfó el conservadurismo sobre las ansias de aventura y hube de sentarme y resignarme a dejar que la marea nos devolviera al puerto del que zarpamos.

Después de volver y comer algo, tomamos el transporte de vuelta hasta Yangshuo y una vez allí asistimos a un festival que tenía lugar con motivo del año nuevo chino. La sensibilidad oriental, el gusto por las luces y los colores, el baile... fue precioso, y después del frío pasado durante la representación, los actores nos condujeron a una hoguera gigante que habían prendido alrededor de la cual bailamos hasta calentar nuestros pies y nuestros corazones.

Dedicamos la noche a pasear por el mercadillo local y comprar algunas baratijas y recuerdos y contratamos un guía local para el día siguiente, pero, indudablemente, lo más divertido de esa noche fue “el cubo”. Se trata de un rompecabezas de origen indígena que mi compañera Silvia adquirió por casualidad regateando con un comerciante local y que capturó la atención de todo el grupo, especialmente, la de Raquel y la mía. La noche avanzó y nos encontramos con un grupo de alegres borrachos chinos con los que compartimos las últimas horas antes de retirarnos a descansar, aunque debo reconocer que no les prestamos mucha atención, concentrados como estábamos en el misterio matemático que aquel extraño y diabólico artefacto representaba... pero no fue hasta una vez en la cama, con el último resquicio de luz y antes de cerrar los ojos, cuando resolví el enigma que de otro modo me habría mantenido despierto toda la noche...

El Sábado nos levantamos con la salida del sol y nos reunimos con nuestro guía. Fue un día de actividad frenética. Visitamos unas cuevas milenarias con rocas de formas maravillosas donde el calor era insoportable, y al salir nos esperaban unas muchachas chinas vestidas con trajes tradicionales que nos adornaron con guirnaldas, cantaron para nosotros, nos dieron a beber té y nos prodigaron sus atenciones para desearnos buena suerte en el año que comienza. Después visitamos un templo budista, un gigantesco árbol milenario y una montaña con un agujero gigante que la atravesaba de lado a lado y desde donde se podían ver todos los parajes hasta donde la vista alcanzaba...

Yo partía esa misma noche, pues debía regresar a buscar a mi dama que arribaba a puerto en Hong Kong temprano por la mañana del día siguiente, pero mis aventuras distaban mucho de acabar para el tiempo que nos restaba en china. Aún cuando ahora rememoro los últimos sucesos de ese día me llevo una mano a la frente y echo a reír sin poder contenerme...

La última actividad que habíamos programado para ese día antes de mi marcha era una excursión por el río en barcas de bambú. El atardecer nos presentaba una cara más de la polifacética belleza de Yangshuo. Surcábamos el río en parejas sobre unas livianas balsas de bambú impulsados por unas pértigas que el marinero chino que dirigía mi barca me permitió probar. Mi corazón de marino rebosaba de felicidad escuchando el extraño canto de los pescadores acompañar nuestra travesía en las últimas luces del día. Supongo que fue una mezcla de nostalgia e insensatez lo que me llevó a demostrar mis habilidades de navegante y, cuando nos acercamos a la barca en la que viajaban Silvia y Raquel, me lancé al abordaje sin pensármelo dos veces. Las barcas estaban bastante más lejos de lo que yo había intuido en un principio, y mi error de cálculo sumado a la inestabilidad de nuestra embarcación hicieron que mi salto quedara demasiado cerca del borde. Intenté recuperar el equilibrio sobre la inestable balsa, pero fue en vano, y cuando el timonel intentó socorrerme, ambos caímos, yo por segunda vez en el fin de semana, en las gélidas aguas de Yangshuo. La verdad es que fue un espectáculo bastante bochornoso para un viejo lobo de mar como yo. Pensé en dejarme hundir para evitar las pullas de mis amigos, pero el río apenas tenía metro y medio de calado y el chino que había caído al agua estaba chapoteando nerviosamente. Al fin y al cabo, él no tenía la culpa de nuestra desgracia, así que le socorrí y ambos montamos en nuestros navíos de nuevo.

El frío me caló hasta los huesos. Tuve que quitarme toda la ropa y ponerme un collage de prendas que recolecté entre mis compañeros en una auténtica demostración de amistad. De todos modos, presentaba un aspecto extremadamente cómico ataviado con las enaguas de mi amiga silvia y sin calcetines ni zapatos. Agradecí especialmente que el marino que había naufragado conmigo se lo tomara a bien, pues ya me sentía bastante culpable. Aún tuvimos que recorrer dos tramos más del río y coger otro transporte antes de llegar de nuevo a la posada, y cuando lo hicimos y el agua caliente recorrió mi cuerpo, mis pies dolieron como si el propio demonio los estuviera mordiendo... pero lo peor fue que todos mis efectos personales habían caído al agua conmigo... mis útiles de navegación y mis instrumentos de pintura, y en especial mis documentos...

Me despedí de mis compañeros con premura y emprendí el regreso en solitario. Afortunadamente, esta vez no hubo más incidentes destacables. Pagué con billetes mojados todos mis transportes y mis empapados documentos junto con mi encanto natural me franquearon el paso en los innumerables controles de la frontera. Llegué a casa pasadas las tres de la mañana después de realizar múltiples transbordos y tras charlar unos minutos con mi compañero de piso, que me esperaba despierto, me dejé caer en la cama y antes de cerrar los ojos ya estaba dormido.

Ha sido un fin de semana largo e intenso... Y por fin he encontrado lo que vine a buscar, aventuras en el lejano Oriente. Aspiro el débil olor a mar que se filtra desde la cercana bahía y sonrío admirando el imaginario horizonte que se cierne frente a mí... apenas es el principio de mi viaje... “

Capitán de Goleta Augustus Lucero

miércoles, enero 21, 2004

Día vigésimo primero del primer mes. Anno Domini 2004.

"... Parece increíble. El suelo se encuentra tan lejos... tal vez a más de 300 piés, aunque esa
distancia se me aparece ridícula ahora comparada con las millas que me separan del mundo conocido. Desde la azotea se puede ver el paisaje irregular que configuran las ciclopeas construcciones recortadas contra la puesta de sol, su sombra erizada de los bambús que conforman los andamios y perforada por la miríada de luces que comienzan a encenderse con la llegada de la noche. Un auténtico enjambre humano de metal, madera y piedra. He oído decir que el nuevo edificio alcanza los 1200 piés o más aún. A lo lejos, el Peak domina la isla y a mis espaldas se extiende el continente, Kowloon y Los Nuevos Territorios, hacia la gran China... El viento azota mi bufanda y el denso humo de las hierbas pakistaníes que fumamos se pierde entre las emanaciones de la ciudad.
Un día más en HongKong...

Llevo algo más de una semana aquí, pero el tiempo transcurre casi sin darme cuenta, dejándome a un margen. En realidad, los últimos meses han pasado volando, casi inadvertidos, sucediéndose los acontecimientos sin pausa para la reflexión. Hace tanto tiempo desde que sostuve la pluma en mis manos por última vez... pero muchas cosas han tenido lugar y muchos amigos aguardan mi
correspondencia... debo apresurarme en finalizar estas líneas antes de que parta el barco con el
correo.

En el undécimo mes del año pasado dejé la compañía mercante en la que estaba empleado después de casi dos años de trabajo agotador y frustrante. De nuevo libre, listo para lo que el mar me deparara, pues sabía que mi tiempo en tierra había llegado a su fin. Volvía a sentir la llamada del timón, de la sal, del rumor de las olas prometiendo nuevos horizontes justo detrás de la próxima cresta... El mundo se abría de nuevo ante mí.

Y esta vez no me quedaría en puerto. Había llegado la hora. Solicité un puesto de instructor de
castellano en tierras niponas, otro de médico en la India y presenté también mi candidatura como archivador en las embajadas comerciales de España en el extranjero. Después de varias pruebas que superé con éxito, fui admitido en esta última y me dieron a elegir entre multitud de destinos. Por fin, un billete rumbo a Asia... Japón no era uno de los destinos posibles y al final me decidí por Hong Kong, aunque poco sabía de la isla.

Pasé un mes agradable en Híspalis preparando mi partida, despidiéndome de mi familia, de mis
amigos, de mi dama... hay tantas cosas que me dejé en el tintero, tantas palabras de gratitud, de
despedida, de amistad... que no llegué a escribir ni a pronunciar... pero preferí emplear el poco
tiempo que tenía junto a los que aprecio, pues todo lo que podría haber dicho, de sobra lo
saben... y así, en los primeros días del mes de Enero de este año levé anclas hacia la aventura, a
todo trapo hacia lo desconocido.

Hong Kong es un país diferente. Técnicamente, se trata de China, pero en realidad es un mundo
aparte. La puerta de entrada a Oriente y por ende la mayor concentración occidental en Asia, una mezcla de culturas en un mar amarillo. Los expatriados, pues así nos llaman aquí, se mueven entre los habitantes locales sin mezclarse con ellos, manteniendo las costumbres de países demasiado lejanos con nombres que suenan extraños y difusos. Aquí nada es igual... ni esta gente, ni su idioma incomprensible e imposible de aprender, ni sus letras, ni su modo de vida. Y sin embargo, todo es igual, porque los ricos hombres de negocios extranjeros, los “kwailos”, quieren mantener una ilusión de vida occidental, un decorado de escenarios artificiales en el que viven sin asomarse nuca a ver lo que hay justo más allá...

Todo funciona deprisa y con dinero. Llegué y me alojé un par de días en casa de un compañero
mercante, pero en seguida encontré un sitio. No quería encerrarme y perder todo lo que este país puede ofrecerme, así que busqué compartir piso y me mudé con un artista chino ya camino del retiro que ha vivido muchos años en Europa. Una casa grande para los estándares de Hong Kong, decorada al estilo chino con un exquisito gusto y completamente amueblada. Y un compañero de piso que, además de ser una persona interesante y deseosa de enseñar, tiene amigos excéntricos cuando menos. La mayoría pertenecen al mundo de la moda alternativa, en todas sus ramas, otros de ellos son miembros de sociedades secretas antigubernamentales, que ven conspiraciones en todas partes... Algunos de ellos afirman incluso tener poderes más allá de lo humano, y ayer mismo estuve tomando té con un alemán que abandonó sus prometedores estudios a los 20 años para convertirse en monje budista y que lleva 40 años siguiendo esa senda...

Tantas cosas en tan poco tiempo... La noche ya ha caído y la ciudad parece ahora mucho más
hermosa, con los juncos rompiendo el reflejo de las luces en el agua y los faroles rojos que
anuncian el nuevo año chino punteando las atestadas calles. Me permito un pequeño momento de agradable nostalgia mientras mojo mi pluma para redactar las últimas líneas de este día. En
resumen, Hong Kong dista mucho de ser lo que yo esperaba, sobre todo porque es difícil encontrar aquí la cultura asiática que tanto me fascina, ahogada en la globalización de hoy en día, pero sin duda es una ciudad increíble que llenará muchas de las páginas de mi diario..."

Capitán de Goleta Augustus Lucero