miércoles, enero 21, 2004

Día vigésimo primero del primer mes. Anno Domini 2004.

"... Parece increíble. El suelo se encuentra tan lejos... tal vez a más de 300 piés, aunque esa
distancia se me aparece ridícula ahora comparada con las millas que me separan del mundo conocido. Desde la azotea se puede ver el paisaje irregular que configuran las ciclopeas construcciones recortadas contra la puesta de sol, su sombra erizada de los bambús que conforman los andamios y perforada por la miríada de luces que comienzan a encenderse con la llegada de la noche. Un auténtico enjambre humano de metal, madera y piedra. He oído decir que el nuevo edificio alcanza los 1200 piés o más aún. A lo lejos, el Peak domina la isla y a mis espaldas se extiende el continente, Kowloon y Los Nuevos Territorios, hacia la gran China... El viento azota mi bufanda y el denso humo de las hierbas pakistaníes que fumamos se pierde entre las emanaciones de la ciudad.
Un día más en HongKong...

Llevo algo más de una semana aquí, pero el tiempo transcurre casi sin darme cuenta, dejándome a un margen. En realidad, los últimos meses han pasado volando, casi inadvertidos, sucediéndose los acontecimientos sin pausa para la reflexión. Hace tanto tiempo desde que sostuve la pluma en mis manos por última vez... pero muchas cosas han tenido lugar y muchos amigos aguardan mi
correspondencia... debo apresurarme en finalizar estas líneas antes de que parta el barco con el
correo.

En el undécimo mes del año pasado dejé la compañía mercante en la que estaba empleado después de casi dos años de trabajo agotador y frustrante. De nuevo libre, listo para lo que el mar me deparara, pues sabía que mi tiempo en tierra había llegado a su fin. Volvía a sentir la llamada del timón, de la sal, del rumor de las olas prometiendo nuevos horizontes justo detrás de la próxima cresta... El mundo se abría de nuevo ante mí.

Y esta vez no me quedaría en puerto. Había llegado la hora. Solicité un puesto de instructor de
castellano en tierras niponas, otro de médico en la India y presenté también mi candidatura como archivador en las embajadas comerciales de España en el extranjero. Después de varias pruebas que superé con éxito, fui admitido en esta última y me dieron a elegir entre multitud de destinos. Por fin, un billete rumbo a Asia... Japón no era uno de los destinos posibles y al final me decidí por Hong Kong, aunque poco sabía de la isla.

Pasé un mes agradable en Híspalis preparando mi partida, despidiéndome de mi familia, de mis
amigos, de mi dama... hay tantas cosas que me dejé en el tintero, tantas palabras de gratitud, de
despedida, de amistad... que no llegué a escribir ni a pronunciar... pero preferí emplear el poco
tiempo que tenía junto a los que aprecio, pues todo lo que podría haber dicho, de sobra lo
saben... y así, en los primeros días del mes de Enero de este año levé anclas hacia la aventura, a
todo trapo hacia lo desconocido.

Hong Kong es un país diferente. Técnicamente, se trata de China, pero en realidad es un mundo
aparte. La puerta de entrada a Oriente y por ende la mayor concentración occidental en Asia, una mezcla de culturas en un mar amarillo. Los expatriados, pues así nos llaman aquí, se mueven entre los habitantes locales sin mezclarse con ellos, manteniendo las costumbres de países demasiado lejanos con nombres que suenan extraños y difusos. Aquí nada es igual... ni esta gente, ni su idioma incomprensible e imposible de aprender, ni sus letras, ni su modo de vida. Y sin embargo, todo es igual, porque los ricos hombres de negocios extranjeros, los “kwailos”, quieren mantener una ilusión de vida occidental, un decorado de escenarios artificiales en el que viven sin asomarse nuca a ver lo que hay justo más allá...

Todo funciona deprisa y con dinero. Llegué y me alojé un par de días en casa de un compañero
mercante, pero en seguida encontré un sitio. No quería encerrarme y perder todo lo que este país puede ofrecerme, así que busqué compartir piso y me mudé con un artista chino ya camino del retiro que ha vivido muchos años en Europa. Una casa grande para los estándares de Hong Kong, decorada al estilo chino con un exquisito gusto y completamente amueblada. Y un compañero de piso que, además de ser una persona interesante y deseosa de enseñar, tiene amigos excéntricos cuando menos. La mayoría pertenecen al mundo de la moda alternativa, en todas sus ramas, otros de ellos son miembros de sociedades secretas antigubernamentales, que ven conspiraciones en todas partes... Algunos de ellos afirman incluso tener poderes más allá de lo humano, y ayer mismo estuve tomando té con un alemán que abandonó sus prometedores estudios a los 20 años para convertirse en monje budista y que lleva 40 años siguiendo esa senda...

Tantas cosas en tan poco tiempo... La noche ya ha caído y la ciudad parece ahora mucho más
hermosa, con los juncos rompiendo el reflejo de las luces en el agua y los faroles rojos que
anuncian el nuevo año chino punteando las atestadas calles. Me permito un pequeño momento de agradable nostalgia mientras mojo mi pluma para redactar las últimas líneas de este día. En
resumen, Hong Kong dista mucho de ser lo que yo esperaba, sobre todo porque es difícil encontrar aquí la cultura asiática que tanto me fascina, ahogada en la globalización de hoy en día, pero sin duda es una ciudad increíble que llenará muchas de las páginas de mi diario..."

Capitán de Goleta Augustus Lucero

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