jueves, diciembre 12, 2002

Capitán de Goleta Augustus Lucero. Cuaderno de bitácora, día 12 de Deccembre, anno Dommini 2002

...La noche comenzó tranquila. El capitán Ignatius llegó tarde a la cita, encargado en la importación de última hora de cierto importante cargamento que no viene ahora al caso. Recogimos el envío de Bilbao y atracamos en mi nuevo domicilio para descargar las cajas.

Ignatius quedó sorprendido a la vez que gratamente impresionado por lo extraño e interesante de mis compañeros en tierra, y después de evadir al desquiciado oficial de aranceles tomamos rumbo a otro puerto...

La tranquilidad inicial de la noche dió paso a las luces y los llamativos detalles propios de las zonas más bajas de la ciudad. Encontramos un par de alegres y pintorescos marineros y no me sorprendió descubrir que conocían a mi compañero. Nos invitaron a un trago y tras despedirnos alegremente marchamos a buscar algo de comida.

Atracamos por fin en un garito nada recomendable y encargamos las especialidades del lugar...

Entonces nos sentamos a hablar de cosas serias... Nos miramos a los ojos, sopesándonos y traté de aguzar mis sentidos al máximo. Recordaba aquella noche en Madagascar, cuando tuve que negociar durante varias horas, mi vida pendiente de un hilo, para conseguir a un buen precio el diamante de Kuala-Lumpur. Sospechaba que iba a ser algo parecido. Yo no estaba dispuesto a revelar la información que poseía gratuitamente, sobre todo conociendo el uso que mi compañero haría de ella...

Y entonces el capitán Ignatius dijo algo parecido a "Oro parece, plata no es"... obviaré el resto, pero baste decir que recibí un manual de instrucciones con el protocolo que debía seguir con la dama EvaMaría y un detallado informe de todas sus actividades. En cierto modo estaba desencantado, aunque eso no modifica la situación en absoluto... en ese mismo momento, mil excusas acudieron a mi cabeza para justificar una ruptura de relaciones: mis ansias de viaje, la dificultad de aclarar mis sentimientos por la dama, el apego a mi libertad...


Con todo esto, y como no podía ser de otro modo, la noche acabo en otro tugurio donde compartimos un vodka. El camarero era un simpático búlgaro y en la mesa de al lado, un marinero escondía sus manos entre las prendas de una dama de dudosa reputación, mientras ésta miraba embelesada a su compañero... El ambiente era agradable, y animados por la melancolía y el espíritu del momento, hicimos un llamamiento a la amistad a nuestro desaparecido compañero Andrews, con resultados agridulces que trataremos en persona...

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