viernes, enero 03, 2003

Cuaderno de bitácora del Capitán de Goleta Augustus Lucero. Día 3 de Enero del año de nuestro señor del 2003

...El tiempo pasa volando. Consulto las anotaciones anteriores y me parece que fue ayer cuando aún era un grumete sin experiencia, y sin embargo ha llovido tanto desde entonces...

Las navidades han sido tranquilas. Aproveché el descanso para embarcarme destino a mi tierra natal y disfruté del reencuentro con mi familia y amigos. Gocé de la buena mesa y de la artificial armonía propias de estas fechas, pero a pesar del buen tiempo que nos ha acompañado, sentí el frío del invierno en mi corazón. Todo se lo debo, como no, a una mujer. Habiendo acordado concedernos tiempo para conocernos mejor, eché de menos los frecuentes correos que intercambiaba con la dama Eva, y los pocos que recibí me parecieron distantes e impersonales. La alegría que sentí en mi corazón cuando decidí declarar mis sentimientos fue cediendo poco a poco, reemplazada por la tristeza que suele invadirme en navidades, un llanto silencioso por los tiempos que fueron y no volverán. Sin embargo, no conseguí alejar a Eva de mis pensamientos, y la distancia y la reflexión me llevaron a una decisión que me resultó muy difícil, pero que espero sea la correcta...

Llegó así el nuevo año, y aunque Ignatius no pudo acompañarnos, pues tenía asuntos pendientes que reclamaban su atención, y el capitán Andrews, ebrio de orgullo, no se digno aparecer, fue una noche inolvidable, digna de recordar. Cual tripulación bucanera, con el licor, el vino y la cerveza regando nuestras gargantas, cantamos, reímos y bailamos en los peores antros de la ciudad, hasta que el amanecer nos hizo retirarnos. Supongo que lo más importante es que, en la primera noche del año, no faltaron los amigos, y ¿qué mejor presagio puede uno esperar? Para mí es más que suficiente, aunque el capitán Borgia ha decidido consultar una gitana adivina. Me parece un asunto oscuro en el que no quiero tener nada que ver...

Después de un descanso reparador, esa misma noche tomé pasaje para Madrid, donde tenía negocios que tratar. El buque era pequeño y mi compañera de camerino resultó ser una señora entrada en años y en carnes que me impidió conciliar el sueño y convirtió una agradable travesía en un largo viaje. Llegamos con el sol y concerté una cita con Eva para esa misma noche. Este asunto llevaba demasiado tiempo rondando mi cabeza y quería acabar con ello cuanto antes.

Estaba encantadora... como siempre. Me hizo esperar un tiempo razonable, como es costumbre de buena educación entre las damas de clase alta cuando se citan con un caballero, y juntos partimos a buscar un sitio donde pudiéramos cenar. Encontramos un restaurante japonés que resultó de nuestro agrado, pero era demasiado pronto y decidimos callejear un rato más por el centro de la ciudad. De todos modos, los nervios atenazaban mi estómago, y yo no habría sido capaz de probar bocado. Al final, conseguí armarme de valor para hablar con ella. Empecé a trompicones, pues los asuntos de faldas nunca han sido mi especialidad y prefiero enfrentarme a una tormenta en alta mar que a una mujer en tierra. Eva notó en seguida que quería decir algo y malinterpretó mis intenciones. Su voz sonó ligeramente cortante cuando me dijo:

- Se lo pondré fácil Augustus. Si no quiere volver a verme no tiene más que decírmelo.

Afortunadamente, el nudo de mi garganta fue relajándose poco a poco y al cabo pudimos mantener una conversación distendida y muy grata. Hablamos largo y tendido, sinceramente, sin prisas ni preocupaciones. Siento algo por la dama, eso no puedo negarlo, ni a ella ni a mí mismo. Disfruto enormemente de su compañía y a veces me gustaría tomarle de la mano y pasear hasta el amanecer. Sin embargo, creo que tanto ella como yo buscamos algo diferente. No ha sido una decisión fácil, porque se trata de una dama excepcional, como las hay pocas, y tiene un montón de cosas que admiro, incluso como persona antes que como mujer. Acordamos ser amigos, y creo que podremos serlo, y buenos incluso. De acuerdo, no lleva parche, no se rasca la entrepierna y apuesto a que quedaría última en cualquier competición de escupitajos, pero sin embargo debo admitir que me gusta mucho. Creo que no he llegado al final de mi viaje, y espero de corazón no equivocarme.

Supongo que es el problema, cuando uno se embarca en una empresa de este tipo, en la que no se sabe muy bien lo que se está buscando, pero creo que forma parte del atractivo de la aventura. Sin embargo, me siento muy dichoso de haberla conocido, pues creo que la travesía es tan importante como el destino final y me alegro de compartir con ella al menos parte de mi ruta.

Últimamente he aprendido muchas cosas. He tomado decisiones y he pasado por experiencias y sentimientos desconocidos. A veces me pregunto si madurar consiste en esto, pero prefiero pensar que se debe a algún tipo de fiebre todavía no documentada. Y así, una vez más, levo anclas a donde el destino me lleve...

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