martes, septiembre 14, 2004

Lunes 14 de Septiembre del año de nuestro señor 2004

“ ... Llega el Otoño, todavía atrapado en el calor húmedo y asfixiante del clima tropical de estas tierras. El tiempo sigue conservando esa cualidad voluble que lo hace dilatarse hasta parecer estancado o comprimirse para que tres meses pasen en un sólo parpadeo. Observo entre sorprendido y divertido el volumen que ha adquirido mi diario, que en el año presente triplica ya al del pasado. Y aunque hace ya tiempo que no escribía nada, las experiencias siguen sucediéndose y la vida sigue prodigándonos sorpresas y aventuras.

Desde mi última anotación, muchas cosas han sucedido. Entre ellas, mi cambio de residencia y las visitas de mis camaradas vascones que se enfrentaron a tan larga y peliaguda travesía únicamente para volver a verme y que me trajeron el recuerdo de mi ciudad natal y tantas cosas que ahora tan lejos me quedan... y no me refiero al pacharán, exquisito licor que tanto echo de menos... aunque es algo que damos demasiadas veces por sentado, la amistad no tiene precio y, a pesar de sonar a tópico, resulta cierto que hace falta no tener algo para valorarlo de verdad...

Pero vamos por partes... cronológicamente...

En primer lugar, a mediados de Julio arribó a puerto mi amigo “Visitación”, de nombre vasco Iker, con el mismo anacrónico aspecto de gentleman inglés riéndose de una broma privada....

Pasó aquí tres semanas frenéticas que incluyeron, entre otras, miles de vueltas en las calles y callejuelas de Hong Kong, una mudanza, un viaje a Pekín (Beijing en China), la naturaleza de Guilin y Yangshuo y muchas noches en vela escuchando y contando historias a la luz de las velas y acompañados de las hierbas aromáticas que hasta aquí llegan traídas de Pakistán.

No hay tiempo ni espacio suficiente para recoger mis vivencias en este verano que siempre recordaré, pero, si tuviera que elegir algo, me quedo sin duda con los viajes que realicé acompañado de mis amigos...

Primero a Beijing, donde, tras no pocas peripecias, pudimos degustar el famoso pato pekinés y paseamos bajo la benévola mirada de Mao por la plaza de Tiananmen, la Puerta del Cielo y la mítica Ciudad Prohibida donde antaño la muerte esperaba a aquel que osara traspasar sus puertas. Pero sin duda, lo más increíble de este viaje fue la celebración a la que asistimos en la muralla china, un festejo que se prolongó durante toda la noche hasta que el amanecer nos sorprendió oteando el horizonte desde este impresionante monumento. No hay palabras para describir lo que sentí ni lo afortunado que soy por haber vivido ese momento...

Después visitamos Yangshuo, donde volví a recorrer el río Li y los pueblos perdidos de la mano de Dios, o al menos del nuestro, que rodean la zona. Esta vez visité además las terrazas de arroz de Longsheng que escalan la montaña para aprovechar todo el terreno cultivable, un paisaje que quita la respiración. Y conocimos también aquí a un Australiano de padres españoles, que abandonó el mundo que nosotros conocemos para cambiarlo por la vida en una pequeña aldea. Fue el contrapunto a la vida rápida y consumista de Beijing, un fin de semana para reencontrarse con la naturaleza y entregarse a la reflexión personal.

Entre tanto, Raquel recibió también la visita de su hermana y varias amigas con las que compartimos alegres veladas, y que no dejaron los corazones de los residentes hongkonitas, ni bilbaínos, me atrevería a decir, intactos.

En resumen, creo que no me equivoco si digo que Iker marchó de Hong Kong con un ligero sentimiento de tristeza por lo corto de su visita y la enormidad de todo lo que dejaba por ver, pero también con la sensación de haber aprendido mucho más de lo que sus ojos le habían mostrado y la alegría de habernos reencontrado, aunque hubiera sido por tan corto espacio de tiempo.

Casi sin pausa para volver a un ritmo normal, mucho menos para habituarme a mi nueva vida en la isla semidesierta a la que he trasladado mi residencia, recibí de nuevo otra visita, esta vez del Capitán Ignacio, por otras dos semanas. Aunque el plazo fue más corto, fue igualmente intenso. En el estrecho margen de tiempo de que disponíamos, visitamos Japón, Bangkok y casi todos los restaurantes de la isla de Hong Kong, además de compartir de nuevo veladas y viajes en barco, tristezas y alegrías, preocupaciones e ilusiones, juegos y de sueños...

En el país del Sol Naciente nos reunimos con el Capitán Iñigo que ahora se encuentra residiendo en esas tierras y disfrutamos juntos durante un periodo demasiado breve para el gusto de todos de la belleza de Kyoto, Osaka y Nara. Además, tuvimos la suerte de hacer coincidir nuestra visita con el O-bon, el festival de bienvenida a los ancestros, a los que hay que indicar el camino de regreso con fanales sobre sus tumbas. El cementerio de Kyoto de noche bajo una lluvia ligera es una imagen que quedó grabada con la misma intensidad en mi retina y mi corazón. Volver a pisar suelo nipón, los kimonos, el Japón feudal, los cerezos en flor...... y todo ello en compañía de mis amigos... realmente ha sido un verano increíble.

Aunque durante su estancia en Hong Kong mi amigo Ignacio estuvo más ocupado con labores comerciales y no tuvo tanto tiempo para dedicarse al turismo, tuvimos ocasión para organizar una pequeña excursión de fin de semana a Bangkok. Fue una sensación extraña la de volver a recorrer los mismos sitios, esta vez sin Inma. A veces cuesta dejar atrás lo que tan preciado nos ha sido, pero de otro modo no podemos avanzar hacia donde sea que lo hacemos. En fin... la ciudad nos recibió con la misma mezcla de olores, calor extremo y miseria mezclada a partes iguales con colores vivos, estrépito y voces de alegría. Pasamos dos días lluviosos entre sus tenderetes, sus casas de masaje y sus templos budistas. Visite a mi compañero archivador en estas tierras en una fiesta en la que la mayoría de los hombres no eran tales, si se entiende lo que quiero decir, pero que resultó entretenida de cualquier modo. Y así, casi sin darnos cuenta, llegó de nuevo el día de la partida.

El capitán Ignacio regresó a su propio puerto, y a su propia dama, marcando el fin del verano y dejándome sumido en un mar de sentimientos encontrados, a medio camino entre la alegría del reencuentro, del que tan necesitado estaba, y la melancolía del temprano desencuentro y el comienzo de un Otoño donde ésta resulta fuera de lugar.

Antes de cerrar de nuevo las páginas de mi diario, quién sabe hasta cuándo, quiero dedicar unas líneas a mi nueva residencia, la mayor novedad en estos días extraños. Cansado de las grandes urbes y del ambiente viciado y enrarecido de Hong Kong, decidí mudarme a una pequeña isla semidesierta, de nombre Lamma, donde los vehículos están prohibidos, a excepción de un puñado de ellos que los isleños utilizan para sus labores, las casas no se elevan más de tres alturas y la comunicación con Hong Kong está restringida a los navíos oficiales que durante el día conectan ambas islas y a los sampanes o barcos locales que durante la noche se pueden contratar una vez el servicio oficial ha finalizado. La isla está plagada de tabernas y restaurantes, amén de personajes singulares y característicos entre los que me encuentro mucho más a gusto que en Hong Kong. La gente es más abierta y despreocupada y vivo en medio de una pequeña selva tropical, entre arañas gigantes, serpientes y bestias varias. Creo que, aquí, al otro lado del mundo, este pirata de vocación ha encontrado su propia isla Tortuga...

Hago también una breve anotación sobre mi vigésimo octavo cumpleaños, celebrado hace poco en Lamma entre risas y música, hierbas aromáticas y una queimada con conxuro incluido y, como no, amigos... y por descontado, la dama Raquel, que a pesar de haber estado ocupada con visitas de amigos, familiares y más amigos, siempre encuentra tiempo para hacer con su sonrisa que Hong Kong sea un poco más agradable y no tan inhóspito...

Mi último pensamiento en el día de hoy es pues para todos aquellos que hacen que el viaje valga la pena, los que están aquí a mi lado y los que ahora me quedan un poco más lejos en el orbe, pero igualmente cerca en mi corazón. A todos vosotros, gracias...”

Capitán de goleta Augustus Lucero

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